lunes, 1 de octubre de 2012


 Febrero de 1864                                                                                                  
           Bahía de Enoch

     Acabamos de desembarcar en la bahía de Enoch, el recibimiento ha sido mejor de lo que esperábamos. Había una pequeña minoría de heridos, la ayuda aportada por nuestro pelotón de enfermería ha resultado eficaz.


     El motivo de esta carta es recordarte nuestra historia. Comenzaré narrando la primera vez que apareciste por mi vida.

    Aquella tarde lluviosa del 27 de Diciembre de 1861 en el callejón Whitehall, yo me disponía como de costumbre a ir a la cafetería Julie, la única cafetería donde ponen unos tés americanos que enamoran al paladar. Esa tarde me adelanté a mi cita acordada con el té americano, tanta fue la espera que releí una historia que captó particularmente mi atención en el Giornale Italiano. Hablaba de algo así como “la casualidad de las amistades que al final se tornan en historia de amor”. Tal era el ensimismamiento en el reportaje que no me fijé en que me habían servido el té hacía varios minutos, y que en esa solitaria cafetería una chica había hecho presencia dos bancos delante de mi asiento. Tal fue mi asombro al verla que tenía curiosidad de saber su nombre. Hasta mi asiento llegaban los bellos aromas a perfume de flores, ése que tanto me gusta de usted. Apenas le dí unos sorbos a mi té expectante del qué pediría aquella joven y hermosa chica. Tenía curiosidad por saber cómo sería aquella voz de ser celestial, por ver cómo movía sus labios carnosos pintados de rojo carmesí, por observar cada parpadeo, cada gesto de su bello rostro, esas pupilas tan profundas…


   Aquella fue la primera impresión que obtuve de usted, la de una chica interesante de conocer, de esa chica que parecía sola, mirando por el cristal de la cafetería, perdida en sus pensamientos…


    Tanto tardé en volver a verte, que en el anterior encuentro fui yo quien te invité a un té americano, y fui yo quien le rogó a la camarera que te pidiera la dirección. Nuestros encuentros fueron haciéndose más y más frecuentes, tanto que por un momento llegamos a conocernos por completo. Éramos dos jóvenes con bastantes metas por cumplir, aunque a simple vista con escasas cosas en común.

 
       Llegó el momento en que la bella historia se torció. La guerra había estallado, Inglaterra batallaba contra Alemania y los pocos enfermeros que nos encontrábamos en Londres fuimos requeridos. No me dio tiempo a despedirme de ti, cosa de la que me siento totalmente arrepentido. Pasó mucho tiempo, yo no me había olvidado de ti, pero tenía miedo de que tú estuvieses aún enfadada por mi misteriosa desaparición. Me alegró mucho encontrarme una carta tuya cuando regresaba a Londres con un permiso temporal. Poco a poco volvimos a restablecer la fuerte amistad que habíamos forjado meses atrás.

 
     Esta es la parte de la historia que más me gusta: a mi segunda vuelta de mi permiso, me di cuenta de lo especial que habías sido en mi vida, y de lo esencial que eras en este momento. Muchas vueltas le di a mi cabeza hasta llegar a entender qué era lo que sentía hacia ti…


    Hace un mes que Inglaterra firmó la paz con Alemania, y dentro de un mes o dos estaré partiendo hacia la nación que me crió. Hasta allí llevare la promesa que me había hecho a mí mismo; la de decirte qué era lo que sentía hacia ti, aquella chica de la cafetería Julie, y lo que te diré será un simple te quiero, seguido de un: ¿Te gustaría enriquecer la totalidad de tu vida independiente con la de otra persona, y te gustaría que esa persona fuese yo?


      Finalmente, como decía aquel reportaje del periódico que leía cuando te vi por primera vez: sí, es posible amar a una amistad.


Te echa de menos, M.B.J.S



Posdata: Se me olvidaba decirle lo bella que aun sigue siendo.

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