sábado, 19 de enero de 2013

El Guía

         Como cada tarde, ella se apresuraba a coger su bastón y a ir poco a poco al mirador de la bahía. En realidad ella era ciega, pero solamente se servía de un bastón para poder apreciar con su rostro la suave brisa del atardecer. Como todas las tardes, ella se sabía el camino de ida y vuelta, y como todas las tardes sus quince minutos percibiendo la caída del sol, y con esos quince minutos le servían para que la felicidad le llenara completamente. Aquella tarde un despistado joven se atrevió a saludarla, y a decirle que si le podía describir la caída del sol solo para ella. Ella complacida aceptó, y aquel joven palabra tras  palabra le fue describiendo cada cambio de nitidez de la luz de los rayos del sol en el agua, de un par de gaviotas que se perdían en la distancia, de una joven pareja que abrazados disfrutaban del atardecer, de aquel atardecer en el que una muchacha ciega, comprendió que la visión no era necesaria para que cada corazón encontrara a otro buen corazón...

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